Cristo el pontífice es nuestra propiciación

Una vez al año, el sumo sacerdote, dejando fuera al pueblo, entra en el lugar donde está el propiciatorio con los querubines. Entra al lugar donde se encuentra el Arca de la Alianza y el altar del incienso. Nadie puede entrar allí excepto el Pontífice.
Ahora bien, si considero que mi verdadero Pontífice, el Señor Jesucristo, viviendo en la carne, durante todo el "año estuvo con el pueblo, ese" año, del cual él mismo dice: El Señor me envió a predicar la buena nueva a los pobre, para promulgar un año de gracia del Señor y el día de la remisión (cf. Lc 4, 18-19). Noto que sólo una vez en este año, es decir, en el día de la expiación, entra en el lugar santísimo, que significa que, habiendo cumplido su tarea, entra en los cielos y se coloca ante el Padre para hacerlo propicio a los hombres y para orar por todos los que creen en él.
Conociendo esta propiciación con la que hace al Padre benévolo con los hombres, el apóstol Juan dice: Esto digo, hijitos míos, porque no pecamos. Pero aunque hayamos caído en pecado, tenemos un abogado para con el Padre, el justo Jesucristo, y él mismo es el propiciador de nuestros pecados (cf. 1 Jn 2, 1).
Pero Pablo también recuerda esta propiciación cuando dice de Cristo: Dios lo puso como propiciatorio en su sangre por la fe (cf. Rm 3, 25). Por tanto, el día de la propiciación nos durará hasta el fin del mundo.
La palabra divina dice: E impondrá incienso sobre el fuego delante del Señor, y el humo del incienso cubrirá el propiciatorio que está sobre el arca del pacto, y no morirá, y tomará de la sangre del becerro, y con su el dedo lo extenderá sobre el propiciatorio en el lado oriental (cf. Lv 16, 12-14).
Enseñó a los antiguos hebreos cómo celebrar el rito de la propiciación por los hombres, que se hacía a Dios. Pero ustedes, que venían del verdadero Pontífice, de Cristo, que con su sangre los hicieron propicio a Dios y los reconciliaron con el Padre, no lo hicieron. detente en la sangre de la carne, pero aprende a conocer la sangre de la Palabra, y escucha a quien te dice: "Esto es mi sangre de la alianza, derramada por muchos, para remisión de los pecados" (Mt 26, 28).
No te parece una tontería que esté esparcido por el lado este. La propiciación te llegó del este. De hecho, de ahí viene el personaje que tiene el nombre de Oriente, y que se ha convertido en mediador de Dios y de los hombres. Por eso, estás invitado para esto a mirar siempre hacia el este, de donde para ti sale el sol de la justicia, de donde para ti siempre viene la luz, para que nunca tengas que andar en tinieblas, ni que el último día te sorprenda en tinieblas. Para que la noche y las tinieblas de la ignorancia no te sorprendan; para que te encuentres siempre a la luz del conocimiento y en el día luminoso de la fe y obtengas siempre la luz de la caridad y la paz.