Devoción a María de los Dolores: la consagración de cada día

Hola María, Reina de los dolores, Madre de misericordia, vida, dulzura y esperanza nuestra. Escucha de nuevo la voz de Jesús, que desde lo alto de la Cruz, agonizante, te dice: "¡Ahí tienes a tu hijo!". Vuelve tu mirada hacia nosotros, que somos tus hijos, expuestos a la tentación y la prueba, la tristeza y el dolor, la angustia y la confusión.

Te llevamos con nosotros, Madre dulcísima, como Juan, para que seas guía vigilante y amorosa de nuestras almas. Nos consagramos a ti para que nos conduzcas a Jesús Salvador. Confiamos en tu amor; no mires nuestra miseria, sino la Sangre de tu divino Hijo Crucificado que nos redimió y obtiene el perdón de nuestros pecados. Haznos hijos dignos, cristianos auténticos, testigos de Cristo, apóstoles del amor en el mundo. Danos un gran corazón, listo para dar y para entregarse. Haznos instrumentos de paz, armonía, unidad y fraternidad.

Nuestra Señora de los Dolores mira amablemente al vicario en la tierra de su Hijo, el Papa: apóyele, consuélelo, guárdelo por el bien de la Iglesia. Guarda y protege a los obispos, sacerdotes y almas consagradas. Levanta nuevas y generosas vocaciones a la vida sacerdotal y religiosa.

María, ves a nuestras familias, tan llenas de problemas, privadas de paz y serenidad. Consuela a los hermanos que sufren, a los enfermos, a los lejanos, a los desanimados, a los desocupados, a los desesperados. Dale a los niños tu caricia materna, que los protege del mal y los hace crecer fuertes, generosos y sanos de alma y cuerpo. Velar por los jóvenes, aclarar su alma, su sonrisa sin malicia, su juventud irradiada de entusiasmo, ardor, grandes deseos y logros espléndidos. Da tu ayuda y consuelo a los padres y ancianos, María, preludio del cielo y certeza de vida.

Mirándote Doloridos al pie de la Cruz, sentimos nuestro corazón abrirse a la mayor confianza y nos infundimos valentía en expresar los deseos más ocultos, los ruegos más insistentes, las peticiones más difíciles.

Nadie más que tú puede entendernos, nadie, creemos, está dispuesto a ayudarnos y nadie tiene una oración más poderosa que la tuya. Por tanto, escúchanos cuando te invocamos, oh poderoso por gracia ante Dios, mira nuestros corazones, están llenos de llagas; mira nuestras manos, están llenas de peticiones.

No nos desdeñes, ayúdanos a sanar las muchas heridas del corazón y a saber preguntar sólo lo que es justo y santo. Te amamos y hoy y siempre somos tu Madre SS. Triste