Devoción del 7 de junio "El regalo del Padre en Cristo"

El Señor mandó bautizar en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. El catecúmeno es bautizado profesando así la fe en el Creador, en el Unigénito, en el Don.
Uno es el Creador de todos. Uno de hecho es Dios Padre, de quien todas las cosas tienen su comienzo. Único es también el Unigénito, Nuestro Señor Jesucristo, a través de quien todas las cosas fueron creadas, y único es el Espíritu dado como don a todos.
Todo está ordenado según sus virtudes y méritos; uno es el poder del que todo procede; uno, la descendencia por quien se hizo todo; uno es el don de la perfecta esperanza.
No se encontrará nada que carezca de perfección infinita. En el contexto de la Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, todo es muy perfecto: la inmensidad en lo eterno, la manifestación en la imagen, el gozo en el don.
Escuchemos de las palabras del Señor mismo cuál es su deber para con nosotros. Dice: "Aún tengo muchas cosas que decirte, pero por el momento no puedes soportar la carga" (Jn 16). Bien te conviene que yo vaya, si voy te enviaré el Consolador (cf. Jn 12, 16). Nuevamente: "Oraré al Padre y él te dará otro Consolador para que permanezca contigo para siempre, el Espíritu de verdad" (Jn 7, 14-16). «Él te guiará a toda la verdad, porque no hablará por sí mismo, sino que dirá todo lo que ha escuchado y te anunciará cosas futuras. Él me glorificará, porque tomará de lo mío ”(Jn 17, 16-13).
Junto con muchas otras promesas, están destinadas a abrir el entendimiento de cosas superiores. Estas palabras formulan tanto la voluntad del donante como la naturaleza y forma de la donación en sí.
Dado que nuestra limitación no nos permite comprender ni al Padre ni al Hijo, el don del Espíritu Santo establece un cierto contacto entre nosotros y Dios, y así ilumina nuestra fe en las dificultades relativas a la encarnación de Dios.
Por tanto, se lo recibe para conocer. Los sentidos para el cuerpo humano serían inútiles si no se cumplieran los requisitos para su ejercicio. Si no hay luz o no es de día, los ojos no sirven; los oídos en ausencia de palabras o sonidos no pueden realizar su tarea; las fosas nasales, si no hay emanaciones olorosas, no sirven. Y esto sucede no porque carezcan de capacidad natural, sino porque su función está condicionada por elementos particulares. De la misma manera, el alma del hombre, si no ha obtenido el don del Espíritu Santo por la fe, sí tiene la capacidad de comprender a Dios, pero le falta la luz para conocerlo.
El don, que está en Cristo, se da íntegramente a todos. Permanece a nuestra disposición en todas partes y se nos concede en la medida en que queremos acogerlo. Permanecerá en nosotros en la medida en que cada uno de nosotros quiera merecerlo.
Este don permanece con nosotros hasta el fin del mundo, es el consuelo de nuestra expectativa, es la prenda de la esperanza futura en la realización de sus dones, es la luz de nuestras mentes, el esplendor de nuestras almas.