¿Te asusta la confesión? Es por eso que no tienes que hacerlo

No hay pecado que el Señor no pueda perdonar; la confesión es un lugar de la misericordia del Señor que nos estimula a hacer el bien.
El sacramento de la confesión es difícil para todos y cuando encontramos la fuerza para entregar nuestro corazón al Padre, nos sentimos diferentes, resucitados. No se puede prescindir de esta experiencia en la vida cristiana.
porque el perdón de los pecados cometidos no es algo que el hombre pueda darse a sí mismo. Nadie puede decir: "Perdono mis pecados".

El perdón es un don, es un don del Espíritu Santo, que nos llena de la gracia que brota incesantemente del corazón abierto de Cristo crucificado. Una experiencia de paz y reconciliación personal que, sin embargo, precisamente porque se vive en la Iglesia, asume un valor social y comunitario. Los pecados de cada uno de nosotros son también contra los hermanos, contra la Iglesia. Cada acción de bien que hacemos genera bien, así como toda acción de mal alimenta el mal. Por eso es fundamental pedir perdón también a los hermanos y no solo individualmente.

En la confesión, la extensión del perdón crea en nosotros un rayo de paz que se extiende a nuestros hermanos, a la Iglesia, al mundo, a las personas a las que, con dificultad, nunca podremos pedir disculpas. El problema de acercarse a la confesión se debe a menudo a la necesidad de recurrir a la contemplación religiosa de otro hombre. De hecho, uno se pregunta por qué no se puede confesar directamente a Dios. Ciertamente, esto sería más fácil.

Sin embargo, en ese encuentro personal con el sacerdote de la Iglesia se expresa el deseo de Jesús de encontrarse con cada uno personalmente. Escuchar a Jesús que nos absuelve de nuestros errores emana una gracia sanadora e
alivia la carga del pecado. Durante la confesión, el sacerdote no representa solo a Dios, sino a toda la comunidad, que escucha
movió su arrepentimiento, que lo acerca, lo consuela y lo acompaña en el camino de la conversión. A veces, sin embargo, la vergüenza de decir los pecados cometidos es grande. Pero también hay que decir que la vergüenza es buena porque nos humilla. No tenemos que tener miedo
Tenemos que ganarlo. Debemos dar cabida al amor del Señor que nos busca, para que en su perdón podamos encontrarnos a nosotros mismos y a él.