La historia de la Virgen que al Padre Pío le encantaba contar

Padre Pio, o San Pio da Pietrelcina, fue un fraile capuchino italiano que vivió entre finales del siglo XIX y mediados del XX. Es mejor conocido por sus estigmas, es decir, las heridas que reprodujeron las heridas de Cristo en su carne durante la Pasión, y por sus carismas, es decir, las cualidades sobrenaturales particulares que Dios le había otorgado.

Uno de los rasgos más distintivos de la espiritualidad del Padre Pío fue su profunda e intensa relación con el Virgen maria. Desde niño, en efecto, se había consagrado a la Madre de Dios y había desarrollado una devoción mariana muy fuerte. Esta relación se fortaleció aún más cuando, en 1903, el Padre Pío se consagró a la Virgen y le prometió dedicar su vida a su gloria.

Jesús

Durante su vida, el Padre Pío tuvo numerosos reuniones con la Virgen María, que le habló y aconsejó en varios momentos de su existencia. Uno de los episodios más conocidos ocurrió en 1915, cuando el Padre Pío enfermó gravemente y fue curado milagrosamente por la Virgen. En esa ocasión, María le pidió que hiciera voto de castidad perpetua y que se consagrara por completo a su voluntad.

Virgen

El Padre Pío consideraba a la Virgen María como suya madre espiritual y confió en ella en cada momento de su vida. Tenía una gran confianza en Nuestra Señora y sabía que Ella siempre lo protegería y lo acompañaría en su camino de fe. Esta confianza también se manifestó en la forma en que animó a sus devotos a volverse a la Virgen con confianza, en la certeza de que ella acudiría en su ayuda.

El gran corazón de la Virgen

Hay una historia, en particular, que al Santo le encantaba contar sobre la Virgen. Jesús, solía caminar en el Paraíso y cada vez que lo hacía se encontraba con un gran número de pecadores, ciertamente no dignos de estar allí. Entonces decidió dirigirse a San Pedro para recomendarle que prestara atención a los que entran en el Cielo.

Pero durante 3 días consecutivos, Jesús, sin dejar de caminar, siempre se encontró con los pecadores habituales. Así, amonesta a San Pedro, diciéndole que le quitará las llaves del Paraíso. San Pedro, en ese momento, decide contarle a Jesús lo que había visto, le dice que María abría las puertas del Paraíso todas las noches y dejaba entrar a los pecadores. Ambos levantaron la mano. Nadie podía hacer nada. María con su gran corazón no se olvidó de ninguno de sus hijos, ni siquiera del más pequeño de los pecadores.