María Reina, el gran dogma de nuestra fe

El siguiente es un extracto de un libro en inglés My Catholic Faith! Capítulo 8:

La mejor manera de concluir este volumen es reflexionar sobre el papel final y glorioso de nuestra Santísima Madre como Reina y Madre de todos los santos en esta nueva era por venir. Ya ha jugado un papel esencial en la salvación del mundo, pero su obra no ha terminado. Con su Inmaculada Concepción se convirtió en el perfecto instrumento del Salvador y, en consecuencia, en la nueva Madre de todos los vivientes. Como esta nueva madre, ella anula la desobediencia de Eva con su continua y libre elección de perfecta cooperación y obediencia al plan divino de Dios. En la Cruz, Jesús le dio a su madre a Juan, que es un símbolo de su entrega a todos nosotros como nuestra nueva madre. Por tanto, en la medida en que somos miembros del Cuerpo de Cristo, miembros del Cuerpo de su Hijo, también somos, por necesidad del plan de Dios, hijos de esta madre.

Uno de los principios de nuestra fe es que al completar su vida en la Tierra, nuestra Santísima Madre fue llevada en cuerpo y alma al Cielo para estar con su Hijo por toda la eternidad. ¡Y ahora, desde su lugar en el cielo, se le otorga el título único y singular de Reina de todos los vivientes! ¡Ella es ahora la Reina del Reino de Dios y será la Reina de este Reino por toda la eternidad!

Como reina, también disfruta del don único y singular de ser mediadora y distribuidora de la gracia. Se entiende mejor de esta manera:

- Ella fue preservada de todo pecado en el momento de su Inmaculada Concepción;

–En consecuencia, fue el único instrumento humano idóneo con el que Dios pudo encarnarse;

- Dios el Hijo se hizo carne a través de ella mediante el poder y la obra del Espíritu Santo;

- A través de este único Hijo divino, ahora en la carne, tuvo lugar la salvación del mundo;

- Este don de la salvación nos es transmitido por gracia. La gracia proviene principalmente de la oración y los sacramentos;

- ENTONCES, como María fue el instrumento por el cual Dios entró en nuestro mundo, ella es también el instrumento por el cual viene toda gracia. Es el instrumento de todo lo que se deriva de la Encarnación. Por tanto, ¡ella es la Mediadora de la Gracia!

En otras palabras, el acto de mediación de María por la Encarnación no fue solo un acto histórico que tuvo lugar hace mucho tiempo. Más bien, su maternidad es algo continuo y eterno. Es una maternidad perpetua del Salvador del mundo y es un instrumento perpetuo de todo lo que nos llega de este Salvador.

Dios es la fuente, pero María es el instrumento. Y ella es el instrumento porque Dios así lo quiso. No puede hacer nada sola, pero no debe hacerlo sola. No es el Salvador. Ella es la herramienta.

En consecuencia, debemos ver su papel como glorioso y esencial en el plan eterno de salvación. La devoción por ella es una forma de simplemente reconocer lo que es verdad. No es solo un honor que le otorgamos agradeciéndole por colaborar en el plan de Dios, sino que es un reconocimiento de su papel continuo como mediadora de la gracia en nuestro mundo y en nuestras vidas.

Desde el cielo, Dios no le quita esto. Más bien, se convirtió en nuestra madre y nuestra reina. ¡Y ella es una digna Madre y Reina!

¡Te saludo, Reina Santa, Madre de Misericordia, vida, dulzura y esperanza nuestra! Te lloramos, pobres hijos desterrados de Eva. ¡A ti enviamos nuestros suspiros, lamentos y lágrimas en este valle de lágrimas! Vuelve, pues, misericordioso abogado, tus ojos de misericordia hacia nosotros, y después de este exilio nuestro, muéstranos el fruto bendito de tu vientre, Jesús, oh misericordiosa, oh amorosa, oh dulce Virgen María.

V. Ruega por nosotros, santa Madre de Dios.

A. Para que seamos dignos de alcanzar las promesas de Cristo.