Meditación del 25 de mayo "Aleluya pascual"

La meditación de nuestra vida presente debe tener lugar en la alabanza del Señor, porque la felicidad eterna de nuestra vida futura consistirá en la alabanza de Dios; y nadie será apto para la vida futura a menos que esté preparado ahora. Por tanto, alabemos a Dios ahora, pero también elevemos nuestra súplica a él. Nuestra alabanza contiene alegría, nuestra súplica contiene gemidos. De hecho, se nos ha prometido lo que actualmente no poseemos; y como el que prometió es veraz, nos regocijamos en la esperanza, aunque, aún sin poseer lo que deseamos, nuestro deseo se manifiesta como un gemido. Es fructífero para nosotros perseverar en el deseo hasta que nos llegue lo prometido y así pase el gemido y sólo la alabanza se apodere. La historia de nuestro destino tiene dos fases: una que pasa ahora en medio de las tentaciones y tribulaciones de esta vida, la otra que será en eterna seguridad y alegría. Por eso, también se ha instituido para nosotros la celebración de los dos tiempos, a saber, el anterior a la Pascua y el posterior a la Pascua. El tiempo antes de la Pascua representa la tribulación en la que nos encontramos; en cambio, lo que sigue a la Pascua representa la dicha que disfrutaremos. Lo que celebramos antes de Pascua es también lo que hacemos. Lo que celebramos después de Pascua indica lo que aún no poseemos. Es por eso que pasamos la primera vez en ayuno y oración. El otro, sin embargo, después del final de los ayunos lo celebramos en alabanza. Por eso cantamos: aleluya.
De hecho en Cristo, nuestra cabeza, ambos tiempos están representados y manifestados. La Pasión del Señor nos presenta la vida presente con su aspecto de fatiga, tribulación y la perspectiva segura de la muerte. En cambio, la resurrección y la glorificación del Señor son el anuncio de la vida que se nos dará.
Por eso, hermanos, los exhortamos a alabar a Dios; y esto es lo que nos decimos todos cuando proclamamos: aleluya. Alabado sea el Señor, le dices a otro. Y el otro te responde lo mismo.
Comprométete a alabar con todo tu ser: es decir, no solo tu idioma y tu voz alaban a Dios, sino también tu conciencia, tu vida, tus acciones.
Alabamos al Señor en la iglesia cuando nos reunimos. En el momento en que cada uno vuelve a sus ocupaciones, casi deja de alabar a Dios. Por otro lado, no debemos dejar de vivir bien y siempre alabar a Dios. Tenga cuidado de no alabar a Dios cuando se aparta de la justicia y de lo que le agrada. De hecho, si nunca te apartas de la vida honesta, tu lengua calla, pero tu vida grita y el oído de Dios está cerca de tu corazón. Nuestros oídos escuchan nuestras voces, los oídos de Dios están abiertos a nuestros pensamientos.