Meditación hoy: la vocación de San Antonio

Tras la muerte de sus padres, abandonado a solas con su aún muy joven hermana, Antonio, a los dieciocho o veinte años, se hizo cargo de la casa y de su hermana. Aún no habían pasado seis meses desde la muerte de sus padres, cuando un día, mientras se dirigía, como era su costumbre, a la celebración eucarística, estaba reflexionando sobre la razón que había llevado a los apóstoles a seguir al Salvador, después de haberlo abandonado todo. Recordó a aquellos hombres, mencionados en los Hechos de los Apóstoles, que, habiendo vendido sus bienes, llevaban el producto a los pies de los apóstoles para distribuirlo entre los pobres. También pensó qué y cuántos eran los bienes que esperaban obtener en el cielo.
Meditando en estas cosas entró en la iglesia, justo cuando estaba leyendo el evangelio y escuchó que el Señor le había dicho a ese rico: "Si quieres ser perfecto, ve, vende lo que tienes, dáselo a los pobres, luego ven y sígueme y tendrás un tesoro en los cielos "(Mt 19,21, XNUMX).
Entonces Antonio, como si la Providencia le hubiera presentado la historia de la vida de los santos y esas palabras le hubieran sido leídas solo para él, inmediatamente salió de la iglesia, entregó a los habitantes del pueblo como obsequio las propiedades que había heredado de su familia - de hecho era dueño trescientos campos muy fértiles y agradables, para que no causen problemas a ellos mismos ni a su hermana. También vendió todos los bienes muebles y distribuyó la gran suma de dinero a los pobres. Participando de nuevo en la asamblea litúrgica, escuchó las palabras que el Señor dice en el Evangelio: "No te preocupes por el mañana" (Mt 6,34). Incapaz de aguantar más, volvió a salir y también donó lo que aún le quedaba. Encomendó a su hermana a las vírgenes consagradas a Dios y luego él mismo se dedicó cerca de su casa a la vida ascética, y comenzó a llevar una vida dura con entereza, sin concederse nada.
Trabajaba con sus propias manos: de hecho había escuchado a la gente proclamar: "El que no quiere trabajar, ni siquiera come" (2 Ts 3,10). Con parte del dinero que ganaba se compraba el pan y el resto se lo daba a los pobres.
Pasó mucho tiempo en oración, ya que había aprendido que era necesario retirarse y orar continuamente (cf. 1 Ts 5,17). Estaba tan atento a la lectura que nada de lo escrito se le escapaba, pero guardaba todo en su alma hasta el punto que la memoria acabó sustituyendo a los libros. Todos los habitantes del país y los justos, de cuya bondad se valió, viendo que tal hombre lo llamaba amigo de Dios y unos lo amaban como a un hijo, otros como a un hermano.