El padre Livio explica el significado de Medjugorje y el pontificado de Juan Pablo II.

La importancia eclesial de Medjugorje adquiere una importancia aún mayor a la luz del pontificado de Juan Pablo II, que tiene una connotación mariana, como nunca antes había sucedido en la historia de la Iglesia. El ataque, del cual el Santo Padre fue víctima el 13 de mayo de 1981, vincula particularmente a su persona con Fátima. El gesto hecho por él para ir en peregrinación a la Cova da Iria para entregar la bala de la que fue golpeado a la Virgen, indica la convicción del Papa de que se había salvado de la intervención materna de María. En cierto sentido, se podría decir que, habiendo obtenido la salvación del Santo Padre de Dios, el pontificado, a partir de ese 13 de mayo, estuvo más que nunca bajo la luz y la guía de la Madre de Dios y Iglesia.

Pero es precisamente el mes siguiente al ataque, el 24 de junio de 1981, la fiesta de San Juan Bautista, que comienzan las apariciones de la Reina de la Paz en Medjugorje. Desde entonces, es como si la Santa Virgen hubiera acompañado la incansable acción apostólica del Sucesor de Pedro, llamando a los hombres perdidos por los caminos del mal a la conversión, despertando la fe vacilante de muchos cristianos y guiándolos, con infinita paciencia, al corazón mismo de los Experiencia cristiana, a través de la oración y la práctica de los sacramentos. Incluso algunas de las iniciativas pastorales más exitosas de este pontificado, como la Jornada Mundial de la Juventud y la de las familias, han recibido una inspiración e impulso extraordinarios de Medjugorje.

Y, sin embargo, la propia Reina de la Paz, en un mensaje del 25 de agosto de 1991, vincula a Medjugorje con Fátima. Nuestra Señora pide nuestra ayuda para que todo lo que desea lograr de acuerdo con los secretos iniciados en Fátima se pueda lograr. Se trata de la conversión del mundo a Dios, la paz divina que vendrá como consecuencia y la salvación eterna de las almas. La Madre de Dios cierra el mensaje instándonos a comprender la importancia de su venida y la gravedad de la situación. Luego concluye: "Quiero salvar todas las almas y ofrecerlas a Dios. Por lo tanto, recemos para que todo lo que empiezo pueda realizarse plenamente".

Con este mensaje, la Virgen abraza el siglo pasado del segundo milenio. Tiempo de oscuridad y guerras fratricidas, persecuciones y martirio, en el que, sin embargo, Mary abre sus brazos maternos. Juan Pablo II es parte de este proyecto como el Papa de María. Es el realizador por excelencia del proyecto mariano. La caída misma del comunismo y la consiguiente libertad religiosa en los países de Europa del Este, Rusia en particular, sería incomprensible sin su acción valiente y la fuerza moral que emana de su figura. En Fátima, Nuestra Señora había anunciado el triunfo de su Corazón inmaculado, al final de un largo tiempo de errores y guerras. ¿Podemos decir que esto está sucediendo? No es fácil leer los signos de los tiempos. Sin embargo, es admirable observar que, con el comienzo del tercer milenio, es hacia este objetivo que la Reina de la Paz dirige nuestra mirada, pidiendo nuestra ayuda. Dices que es impaciente que el nuevo mundo de paz se haga realidad y que la humanidad disfrute pronto de la primavera. Pero precisamente porque se materializa esta maravillosa utopía, John Paul TI consagró el nuevo milenio a María, de modo que los hombres, habiendo alcanzado la encrucijada de su historia, eligen el camino de la vida y no de la muerte, el camino de la paz y no de la destrucción.

¿Podría haber habido una convergencia de objetivos más singular entre la Madre de la Iglesia y el Sucesor de Pedro? Juan Pablo II llevó a la Iglesia al umbral del tercer milenio. Antes de entrar, sin embargo, ese 7 de octubre de 2000, frente a la estatua de Nuestra Señora de Fátima, quiso consagrarla a su Inmaculado Corazón. ¿Podemos decir que será el milenio de María? ¿Verán nuestros hijos los ríos de paz divina inundando la tierra? Dependerá en gran medida de nuestra respuesta en este tiempo de gracia de la permanencia de la Madre de Dios entre nosotros.