Papa Francisco: "Dios no es un maestro encaramado en el cielo"

“Jesús, al comienzo de su misión (…), anuncia una elección precisa: vino para la liberación de los pobres y oprimidos. Así, precisamente a través de las Escrituras, nos revela el rostro de Dios como Aquel que cuida de nuestra pobreza y se preocupa por nuestro destino”, dijo. Francisco durante la misa del tercer domingo de la Espada de Dios.

“Él no es un maestro encaramado en el cielo, esa fea imagen de Dios, no, no es así, sino un Padre que sigue nuestros pasos -subrayó-. No es un frío observador desapegado e impasible, un dios matemático, no, sino el Dios-con-nosotros, que se apasiona con nuestra vida y se implica hasta el punto de llorar nuestras lágrimas”.

“No es un Dios neutral e indiferente -prosiguió-, sino el Espíritu amoroso del hombre, que nos defiende, nos aconseja, se posiciona a nuestro favor, se involucra y se compromete con nuestro dolor”.

Según el Pontífice, “Dios está cerca y quiere cuidar de mí, de vosotros, de todos (…). El prójimo Dios. Con esa cercanía que es compasiva y tierna, quiere levantaros de las cargas que os aplastan, quiere calentar el frío de vuestros inviernos, quiere iluminar vuestros días oscuros, quiere sostener vuestros pasos inciertos”.

“Y lo hace con su Palabra -explicó-, con la que os habla para reavivar la esperanza en las cenizas de vuestros miedos, para haceros redescubrir la alegría en los laberintos de vuestra tristeza, para llenar de esperanza la amargura de vuestra soledad. . ".

“Hermanos, hermanas -prosiguió el Papa-, preguntémonos: ¿llevamos en el corazón esta imagen liberadora de Dios, o lo pensamos como un juez riguroso, un aduanero rígido de nuestra vida? ¿Es la nuestra una fe que genera esperanza y alegría o está todavía agobiada por el miedo, una fe temerosa? ¿Qué rostro de Dios anunciamos en la Iglesia? ¿El Salvador que libera y sana o el Temible que aplasta bajo la culpa?”.

Para el Pontífice, la Palabra, "al contarnos la historia del amor de Dios por nosotros, nos libera de los miedos y de las ideas preconcebidas sobre él, que apagan la alegría de la fe", "rompe los falsos ídolos, desenmascara nuestras proyecciones, destruye la representaciones de Dios y nos devuelve a su verdadero rostro, a su misericordia”.

“La Palabra de Dios nutre y renueva la fe -añadió-: ¡volvamos a ponerla en el centro de la oración y de la vida espiritual!”. Y “precisamente cuando descubrimos que Dios es amor compasivo, vencemos la tentación de encerrarnos en una religiosidad sacra, que se reduce al culto exterior, que no toca ni transforma la vida. Esto es idolatría, oculta, refinada, pero es idolatría”.