Oración a San Agustín que se recitará hoy para pedir una gracia.

Oh gran Agustín, nuestro padre y maestro, conocedor de los senderos luminosos de Dios y también de las formas tortuosas de los hombres, admiramos las maravillas que la Divina Gracia ha obrado en ti, haciéndote un testigo apasionado de la verdad y el bien, al servicio de los hermanos.

Al comienzo de un nuevo milenio marcado por la cruz de Cristo, enséñanos a leer la historia a la luz de la divina Providencia, que guía los eventos hacia el encuentro definitivo con el Padre. Oriéntanos hacia metas de paz, alimentando en tu corazón tu propio anhelo por esos valores sobre los cuales es posible construir, con la fuerza que proviene de Dios, la "ciudad" a escala humana.

La profunda doctrina, que con el estudio amoroso y paciente que has extraído de las fuentes siempre vivas de la Escritura, ilumina a los que hoy son tentados por alienantes espejismos. Consígales el coraje de emprender el camino hacia ese "hombre interior" en el que está esperando Aquel que solo puede dar paz a nuestro corazón inquieto.

Muchos de nuestros contemporáneos parecen haber perdido la esperanza de poder, entre las muchas ideologías contrastantes, alcanzar la verdad, de la cual, sin embargo, su intimidad retiene la conmovedora nostalgia. Les enseña a nunca renunciar a la investigación, con la certeza de que, al final, su esfuerzo será recompensado por el encuentro satisfactorio con esa Verdad suprema que es la fuente de toda la verdad creada.

Finalmente, oh San Agustín, también envíanos una chispa de ese ardiente amor por la Iglesia, la madre católica de los santos, que apoyó y animó los esfuerzos de tu largo ministerio. Concede que, caminando juntos bajo la guía de los legítimos pastores, lleguemos a la gloria de la patria celestial, donde, con todos los beatos, podremos unirnos con el nuevo cántico del interminable aleluya. Amén.

de Juan Pablo II

Oración escrita por Sant'Agostino
Eres grande, Señor, y bien digno de alabanza; grande es tu virtud y tu incalculable sabiduría. Y el hombre quiere alabarte, una partícula de tu creación, que lleva consigo su destino mortal, que lleva a su alrededor la prueba de su pecado y la prueba de que te resistes al orgulloso. Sin embargo, el hombre, una partícula de tu creación, quiere alabarte. Eres tú quien lo estimula a deleitarse con tus alabanzas, porque nos has hecho para ti y nuestro corazón no descansa hasta que descanse en ti. Concédeme, Señor, saber y comprender si primero debes invocarte o alabarte, primero saber o invocar. Pero, ¿cómo podría alguien que no te conoce invocar? Por ignorancia, podría invocar esto para eso. Entonces, ¿debería ser invocado para saber? Pero, ¿cómo lo llamarán, en quien no creyeron? ¿Y cómo preguntar, si nadie da el anuncio primero? Los que lo buscan alabarán al Señor, porque al buscarlo lo encontrarán, y al encontrarlo lo alabarán. Puedo buscarte, Señor, invocandote e invocarte creyéndote, porque tu anuncio nos ha llegado. Señor, mi fe te invoca, que me has dado e inspirado a través de tu Hijo hecho hombre, a través del trabajo de tu Anunciador.