Un milagro desconocido del Padre Pio.

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Una señora cuenta: “Era 1947, tenía treinta y ocho años y sufría de cáncer de intestino comprobado por rayos X. Se decidió cirugía. Antes de ingresar al hospital quería ir a Padre Pio en San Giovanni Rotondo. Mi esposo, mi hija y una amiga de ella me acompañaron. AvFOTO6.jpg (6923 byte) Anhelaba confesarle al Padre para hablar con él sobre mi problema pero no fue posible porque el Padre Pío en un momento dado, dejó el confesionario y decidió irse. Me decepcionó y lloré por no encontrarme. Mi marido le contó a otro fraile el motivo de nuestra peregrinación. Este último, penetrando en mi situación, prometió informar de todo al Padre Pío. Un poco más tarde me llamaron al pasillo del convento. El Padre Pio, incluso entre tanta gente, parecía interesado solo en mi gente. Me preguntó la razón de mi evidente angustia y me animó asegurándome que estaba en buenas manos ... y que oraría a Dios por mí. Me asombré al darme cuenta de que el Padre no nos conocía ni al cirujano ni a mí. Sin embargo, con serenidad y esperanza, enfrenté la cirugía. El cirujano fue el primero en clamar por un milagro. Incluso con los rayos X en sus manos, tuvo que operar una apendicitis insospechada porque ... no había rastro del tumor. Ese cirujano, incrédulo, desde ese momento tuvo el don de la fe e hizo colocar el Crucifijo en todas las habitaciones de la clínica. Regresé a San Giovanni Rotondo después de una breve convalecencia y vi al Padre que, en ese momento, se dirigía hacia la sacristía. Se detuvo de repente y, dirigiéndose a mí con una sonrisa, dijo: “¿Viste que volviste? Me dio su mano para besarla que, movida, sostuve en la mía.