Evangelio de hoy 30 de diciembre de 2020 con las palabras del Papa Francisco

LECTURA DEL DÍA
De la primera carta de San Juan Apóstol
1 Juan 2,12: 17-XNUMX

Os escribo, hijitos, porque vuestros pecados han sido perdonados en virtud de su nombre. Les escribo a ustedes, padres, porque conocen al que es desde el principio. Les escribo a ustedes, jóvenes, porque han vencido al maligno.
Les he escrito a ustedes, hijitos, porque han conocido al Padre. Les he escrito a ustedes, padres, porque han conocido al que es desde el principio. Os he escrito a vosotros, jóvenes, porque sois fuertes y la palabra de Dios permanece en vosotros y habéis vencido al Maligno. ¡No ames al mundo ni las cosas del mundo! Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él; porque todo lo que hay en el mundo - los deseos de la carne, los deseos de los ojos y la vanagloria de la vida - no proviene del Padre, sino del mundo. Y el mundo pasa con su lujuria; pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre.

EVANGELIO DEL DIA
Del Evangelio según Lucas
Lc 2,36-40

[María y José llevaron al niño a Jerusalén para presentarlo al Señor.] Había una profetisa, Ana, hija de Fanuèle, de la tribu de Aser. Era muy avanzada en edad, había vivido con su marido siete años después de casarse, se había quedado viuda y ahora tenía ochenta y cuatro. Nunca salió del templo, sirviendo a Dios día y noche con ayuno y oración. Al llegar a ese momento, ella también comenzó a alabar a Dios y les habló del niño a los que esperaban la redención de Jerusalén. Cuando hubieron cumplido todas las cosas de acuerdo con la ley del Señor, regresaron a Galilea, a su ciudad de Nazaret.
El niño crecía y se fortalecía, se llenaba de sabiduría y la gracia de Dios estaba sobre él.

PALABRAS DEL SANTO PADRE
Ciertamente eran ancianos, el "viejo" Simeón y la "profetisa" Ana, que tenía 84 años. Esta mujer no ocultó su edad. El Evangelio dice que habían estado esperando la venida de Dios todos los días, con gran fidelidad, durante muchos años. Realmente querían verlo ese día, captar sus signos, sentir su comienzo. Quizás también estaban un poco resignados, a estas alturas, a morir antes: esa larga espera siguió ocupando toda su vida, sin embargo, no tenían compromisos más importantes que este: esperar al Señor y orar. Pues bien, cuando María y José vinieron al templo para cumplir las disposiciones de la Ley, Simeón y Ana se movieron con entusiasmo, animados por el Espíritu Santo (cf. Lc 2,27, 11). El peso de la edad y la expectativa desaparecieron en un momento. Reconocieron al Niño y descubrieron una nueva fuerza para una nueva tarea: dar gracias y dar testimonio de este Signo de Dios (Audiencia general, 2015 de marzo de XNUMX).